lunes, 19 de julio de 2010

Antonia Txox, pertenece a una cooperativa guatemalteca de Comercio Justo


A la aldea Pasac se llega por Santo Tomás La Unión, Suchitepéquez, queda a unos 200 kilómetros de la capital. La polvorienta calle llega hasta una casa de madera. Dentro, en la cocina, está Manuela, de 16 años, palmea tortillas que lanza a un comal caliente. La joven apenas recuerda a su padre. “Cuando él murió nuestra vida se puso difícil”, cuenta.

“Sufrimos mucho. No tuvimos vestuario ni comida suficiente. Cuando me enfermaba mi mamá me daba hierbas para curarme”.

Su padre murió hace 12 años. Su madre, Antonia Txox, dice que lo mató el alcohol. Ella se las ingenió para sostener a sus 6 hijos. Aunque la ausencia de su pareja no incidió gran cosa en la economía del hogar, pues desde siempre ella ha llevado a cuestas esa responsabilidad. Antonia sólo habla k’iche’, Dominga Uaxchaj, su amiga, sirve de traductora en la entrevista: “La vida de una mujer a la par de un hombre alcohólico es dura. Nunca podés estar tranquila. Tenés que apoyar a tus hijos”, le dice.

Lo más valioso que el esposo dejó a la familia fue una parcela de dos manzanas. Solamente había monte, recuerda Antonia. “Pero yo quise aprovechar la tierra y me inscribí en la cooperativa, participé en capacitaciones. Hay que hacer todo lo que dicen los consejeros técnicos: podar, regar, poner sombra. Es mucho mejor que trabajar en la finca de un patrón, porque los beneficios que cosechás son para uno. Aprendí que la parcela podía ser la respuesta a mis necesidades. Si le ponés atención, te recompensa. Es como una niña: hay que cuidarla día a día para que las plantas crezcan”.

A esta mujer de 42 años le gusta trabajar la tierra por la mañana, cuando el ambiente está fresco y se mantiene una neblina densa. En la parcela sembró una hortaliza, milpa y frijol para autoconsumo de la familia, y café para la venta. El café de Pasac madura lentamente por lo que desarrolla una consistencia excelente y aroma intenso. Lo beben en Estados Unidos, a donde llega a través de la cooperativa Nahualá que participa en el comercio justo. Este pequeño segmento del mercado global de café le exige a Antonia Txox cultivar sus plantas de manera amigable con el medio ambiente y le recompensa con un precio que le ha permitido ofrecer sustento y educación a sus hijos. Ella no sabe mucho sobre los detalles de la compra venta de su producto, pero agradece la oportunidad de superar la pobreza extrema a través del comercio justo.
El mercado justo

La cooperativa Nahualá tiene 116 asociados, es el motor del desarrollo comunitario en Pasac. Se fundó hace casi 50 años y desde entonces ha apoyado a muchas familias ofreciéndoles mejores precios para su café pues los socios no venden el producto a los intermediarios locales.

La cosecha terminó por lo que la bodega de café está vacía, quedan todavía unos sacos rotos y toneles sucios a la par de la oficina. El vicepresidente de la cooperativa, Juan Choc, es un hombre de campo que se mantiene enterado de los temas económicos globales. Opina que el factor determinante para el éxito de la cooperativa ha sido su participación en el mercado justo. “Este mercado nos ofrece precios fijos. Los compradores pagan bien, aún cuando el precio a nivel mundial baje. Esto ha permitido que la aldea supere al menos la pobreza extrema”, dice.

El fenómeno del comercio justo está creciendo a nivel mundial. Hay compañías extranjeras que quieren pulir su imagen pública a través de su participación en este mercado alternativo. Algunas compran el café directamente a pequeños productores o a cooperativas de comunidades remotas. Muchos supermercados de Europa y Norteamérica ofrecen libras de café con una etiqueta que dice “comercio justo”. El consumidor paga un precio un poco más alto, pero sabe que tiene la oportunidad de apoyar a familias como la de Antonia Txox.

Uno de los países con más tradición en el comercio justo es Alemania. El sociólogo alemán Georg Krämer es un veterano de este mercado: “Existe desde 1970, pero tenemos que reconocer que hasta el día de hoy solamente hemos podido alcanzar el 2 por ciento del mercado total de café en Alemania”.

A nivel global no representa más que un segmento minúsculo. No se puede esperar que acabe con la pobreza de los jornaleros en países como Guatemala donde viven en condiciones precarias, sufriendo trabajo infantil, desnutrición y analfabetismo. Para lograr un impacto masivo tendría que cambiar el hábito de compra de muchos consumidores, más un cambio necesario en las políticas agrarias y condiciones económicas de los países productores.

Antonia Txox no participa en tales controversias, ni siquiera puede leer el periódico ni entiende las noticias en español que transmite la radio. Tampoco tiene tiempo, está ocupada en su huerto cultivando nuevas plantitas de café. “Gracias a un microcrédito de la cooperativa logré mandar a mis hijos a la escuela. Los bancos nunca me lo hubieran dado. Conozco a algunos prestamistas, pero ellos cobran intereses demasiado altos, hasta 10 por ciento al mes. La cooperativa me cobraba 20 por ciento al año, además de darme herramientas. Así pude cancelar la deuda en poco tiempo”.
La voz de las mujeres

Hace pocos años los hombres todavía no le cedían ni voz ni voto a las mujeres. Antonia Txox recuerda que algunos hombres golpearon a sus mujeres con palos con tal de impedir que se fueran de la casa. La mujer tuvo que quedarse encerrada en la cocina. “Le decían: ‘Lavá la ropa. Haceme la comida. Para esto te construí la casa. No salgás a la calle. No hablés con otras mujeres. A las reuniones voy yo. Las mujeres no tienen nada que ver allí...’ Gracias a Dios que esto ha cambiado”.

La Federación Comercializadora de Café Especial de Guatemala, FECEG, en Quetzaltenango quiere aumentar la participación de las mujeres en los procesos de decisión. La encargada del proyecto es la joven Irma Barrera. “El machismo todavía está presente en todos lados. Las mujeres trabajan en la producción del café, pero se les paga a los hombres. Por eso fortalecemos un proyecto llamado ‘café femenino’”.

La cooperativa Nahualá empezó a comercializar el “café femenino” hace 3 años. A través de este proyecto la producción de las mujeres recibe un bono de US$2 por quintal de café pergamino. Además se les ofrece capacitaciones adicionales sobre temas agrícolas y de contabilidad, pedagogía, métodos de la medicina natural y fortalecimiento de la autoestima. Barrera está segura que la iniciativa está dando impulsos valiosos. “Muchas de ellas son muy tímidas, no hablan con gente desconocida, por eso tratamos de animarlas para que sean más participativas”, cuenta.

La mayor parte de la producción de la cooperativa Nahualá se vende a compradores estadounidenses y europeos que participan en el mercado justo. Pero el grano del proyecto “café femenino” se vende solamente en los Estados Unidos. El vicepresidente de la cooperativa, Juan Choc, quiere cambiar esto. En febrero de este año él y otra socia viajaron a la ciudad alemana Nürnberg para participar en la feria de productos orgánicos. “Hemos logrado contacto con varias empresas y hubo mucho interés”, cuenta Choc. “Queremos que se ofrezca el ‘café femenino’ de la cooperativa Nahualá también en Europa. El año pasado pudimos vender el café en el mercado justo a US$205 el quintal, cuando en el mercado local solamente se pagaba US$130, máximo US$135, de acuerdo al precio en la bolsa de Nueva York”, agrega.
Café orgánico

La cooperativa ha traído muchas ventajas a los campesinos asociados que les exige dar de su parte. Por ejemplo, deben emplear métodos agrícolas no dañinos al medio ambiente.

Antonia Txox mete su mano en una pila grande, llena de abono orgánico. Levanta un puñado negro: “¡Huy!, hacen cosquillas...”, y se ríe. La tierra negra está llena de lombrices. Los cooperativistas han revuelto toneladas de desechos orgánicos con la pulpa de café, la comida favorita de los nemátodos. Esta masa se tienen que mantener mojada para que las criaturas resbalosas se reproduzcan y digieran todo el desecho. El resultado es un excelente abono que se aplica debajo de las plantas de café. Así se reduce el uso de abono químico al mínimo, y disminuyen los costos.

Este proceso ha significado una gran mejora en la calidad de vida de los pobladores, comenta Juan Choc: “La utilización de productos químicos no solamente afecta al medio ambiente sino al propio ser humano. Varias fincas cercanas utilizan demasiados pesticidas porque los propietarios solamente quieren mayor producción, mayor ingreso. No piensan en la salud de la gente. Cuando una persona se enferma le dicen que se vaya para su casa. Nosotros queremos prevenir enfermedades, por lo que comercializamos un café orgánico”.

A pocos kilómetros de Pasac se encuentra un proyecto de salud con un médico que confirma que el uso de productos químicos en la agricultura ha perjudicado a la población. “Veo enfermedades causadas por el contacto con los químicos.

Hay una alta incidencia de cánceres en la región por esa razón. Por ejemplo, cáncer de colon, cáncer de estómago, leucemias... valdría la pena verificar dónde se origina. La mayoría de casos son trabajadores de las fincas que han estado por años en contacto con pesticidas sin ninguna protección”.

Antonia Txox no tiene esa preocupación por los químicos. Está muy orgullosa de su producción de café orgánico. “Nosotros sólo tomamos café. Siempre café. La leche es buena también, el mosh y la incaparina, pero son muy caros”.

Doña Antonia llena su taza con un líquido color caramelo. En la capital lo llamarían “agua de azúcar con saborcito a café”. A Antonia le gusta así porque tiene buen sabor y porque es orgánico. “Café y azúcar, nada más”.
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